sábado, 23 de enero de 2016

Un arrepentimiento genuino!!!



La siguiente historia relatada por el Elder Vaughn J. Featherstone ejemplifica la necesidad de cambiar nuestro corazón y nuestras actitudes durante el proceso de un arrepentimiento genuino:
“Al invitar a aquel joven a que viniera a mi oficina después que su obispo y su presidente de estaca lo hubieron calificado como candidato a misionero, le dije: ‘Tengo entendido que usted cometió una grave transgresión en su vida y es por eso que yo también debo entrevistarlo. ¿Tiene inconvenientes en ser totalmente franco y sincero conmigo, y en contarme cuál fue esa transgresión?’
“Con la frente en alto y un cierto aire de arrogancia, me contestó: ‘No existe nada que yo no haya hecho.’
“A mi vez, le respondí: ‘Pues bien entonces, seamos más específicos. ¿Ha cometido fornicación?’
“Con marcado sarcasmo, dijo: ‘Ya se lo mencioné, he hecho de todo.’
“Yo le pregunté, ‘¿Se trató de una sola experiencia o sucedió con más de una joven y más de una vez?’
“De nuevo, sarcásticamente, me contestó: ‘Fue con muchas jóvenes y tantas veces que no podría numerarlas.’
“Entonces le dije: ‘¡Qué no daría yo para que su transgresión no hubiera sido tan seria!’
“‘Pues, lo es,’ agregó el joven.
“‘¿Y qué en cuanto a drogas?’
“‘Ya se lo dije antes, lo he experimentado todo.’
“Entonces le pregunté, ‘¿Qué le hace pensar que podría cumplir una misión?’
“‘Porque me he arrepentido,’ respondió. ‘No he cometido ya ninguna de estas transgresiones en todo un año. Sé que iré a una misión porque así dice mi bendición patriarcal. He sido ordenado Elder, durante el año pasado he vivido en la debida forma y sé que iré a una misión.’
“Contemplé detenidamente a ese joven que se hallaba sentado frente a mí —un joven de veintiún años de edad, sonriente, sarcástico, arrogante y con una actitud que no demostraba un arrepentimiento sincero. Y le dije: ‘Querido joven, lamento decírselo, pero usted no irá a una misión. ¿Piensa usted que podríamos enviarlo con esa actitud jactanciosa con respecto a su pasado, haciendo alarde de sus aventuras? ¿Cree que deberíamos enviarlo junto con otros jóvenes excelentes y limpios que nunca violaron los códigos morales y que conservaron su vida limpia y pura y digna para cumplir algún día una misión?’ “Le repetí: ‘Usted no irá a ninguna parte como misionero. En realidad’, agregué, ‘ni siquiera debería haber sido ordenado Elder y aun tendría que haber sido probado en juicio en cuanto a su condición de miembro de la Iglesia.’
“‘Lo que usted ha cometido es toda una serie de monumentales transgresiones’, continué. ‘Usted no se ha arrepentido, sino que simplemente ha dejado de transgredir. Algún día, después que haya estado en Getsemaní y regrese, comprenderá lo que es el verdadero arrepentimiento.’
“En ese momento, el joven comenzó a sollozar. Lloró por unos cinco minutos, durante los cuales yo permanecí en silencio… Me quedé sentado, esperando que el joven dejara de llorar.
“Finalmente, levantó la vista y comentó: ‘Creo que nunca lloré como ahora desde que tenía cinco años de edad.’
“Yo le dije: ‘Si hubiera llorado así la primera vez que se sintió tentado a violar los códigos morales, estoy seguro de que hoy estaría en camino a una misión. Ahora lo siento y me desagrada tener que ser yo quien le impida cumplir con su cometido. Sé que le resultará difícil volver a donde sus amigos y tener que decirles que no irá a una misión.’
“‘Después que haya estado en Getsemaní,’ continué diciéndole, ‘usted comprenderá lo que quiero decir al declarar que todo aquel que cometa una transgresión mayor deberá también ir a Getsemaní y regresar, antes de ser perdonado.’
“El joven salió de mi oficina y, estoy seguro, no de muy buen semblante. Yo me había interpuesto en su camino y no le permití que fuera a una misión.
“Unos seis meses más tarde, me encontraba yo de visita en Arizona para hablar en el instituto de Tempe. Después de que hube hablado, muchos estudiantes del instituto se allegaron a mí para saludarme. Allí, entre ellos, aquel joven —el transgresor impenitente— venía acercándose a mí y, en un instante, todos los pormenores de nuestra entrevista acudieron a mi mente. Recordé su actitud jactanciosa, su sarcasmo, su arrogancia.
“Al extenderle mi mano para estrechar la suya y mirarle a los ojos, pude percibir que algo maravilloso había ocurrido en su vida. Las lágrimas le corrían por las mejillas y hasta parecía que un brillo especial le iluminaba el rostro. Entonces le dije: ‘Usted ha estado allí, ¿no es verdad?’
“En medio de sus lágrimas, respondió: ‘Si, obispo Featherstone, he estado en Getsemaní y he regresado.’
“‘Lo sé’, dije, ‘lo veo en su rostro. Creo ahora que el Señor lo ha perdonado.’
“El joven comentó: ‘Le estoy mucho más agradecido de lo que jamás podrá saber por no haberme permitido ir a una misión, porque ello habría sido perjudicial para mí. Gracias por haberme ayudado’ ”
(A Generation of Excellence: A Guide for Parents and Youth Leaders [Salt Lake City: Bookcraft, 1975], págs. 156–159).




No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Archivo del Blog